Un niño que se enfrenta a un trasplante de médula ósea llega
al quirófano con inocencia. Pero los ratos que debe permanecer solo le dan más
miedo que las batas verdes de los cirujanos.
Esa soledad duele a algunos chavales tanto como la
enfermedad que desconocen. Por eso en el centro Maktub, del área de trasplantes
de médula ósea del Hospital Niño Jesús de Madrid, la arquitecta Elisa Valero
trató de construir una arquitectura amable, capaz de paliar el aislamiento
ofreciendo distracción, sorpresa y juego a los niños y a sus familiares. El
trabajo de Valero es colorista y contenido. Se adapta a la seriedad y a las
normas higiénicas de un centro pediátrico, pero, desde los estampados coloristas
y desde los espacios sobrios anuncia que un hospital puede ser algo más que
cuatro paredes blancas.
Los hospitales tensan, preocupan, y un arquitecto puede
rebajar esa tensión. Elisa Valero buscó hacerlo alejando la presencia de todo
lo que remitiese al propio centro médico. Empleó para ello recursos -como
duplicar el centro de atención decorando con cenefas coloreadas-, que actúan
como distensores ambientales para que los niños indagasen en ellos y perdiesen
sus miradas (y sus miedos) entre los dibujos. Con el uso de nuevos materiales,
como el Himacs, los zócalos y los protectores de golpes desaparecieron también
en esta zona hospitalaria. Se trataba de alejar todo lo que revelase la
enfermedad. La idea era poner la medicina en un segundo plano y el objetivo,
ocultar los aparatos minimizando su presencia por medio del color y las formas
geométricas que los camuflan.
Así, las seis estancias (boxes) de esta unidad, se abren a
una zona acristalada donde esperan los familiares para acercarse a los
pequeños. Frente al cristal, Valero pensó en darles a los niños más espacio,
en, además de esconder los aparatos, eliminar los obstáculos visuales. Lo
primero era dar aire; lo segundo, acercar a los familiares. Por eso el vidrio
que forma la cristalera que separa niños de padres no tiene carpintería, es
solo un plano transparente.
El pasillo parece ahora un paseo. El antiguo corredor por el
que circulaban los familiares transitaba por el centro. No tenía vistas ni luz
natural. Ahora sí las tiene, sobre un jardín interior, y son la lavandería, el
cuarto de limpieza y el almacén los que ocupan la parte central sin luz
natural.
La luz natural es importante en la vida diaria de los niños
y en el ánimo de los familiares. Pero la artificial también sirve. De hecho,
“la iluminación juega un papel protagonista en el campo de los estímulos ambientales”,
explica Valero. La natural llega a los boxes desde la galería, filtrada por los
árboles del parque del Retiro y controlada por estores motorizados de filtro u
oscurecimiento total. La luz artificial está especialmente pensada para el
confort visual del niño. También para facilitar el trabajo de las enfermeras.
Así, acompaña pero no deslumbra. Los leds blancos “de triple chip son de última
generación smd 5050”, cuenta la arquitecta. Y un sistema empleado en
cromoterapia, llamado RGB, permite obtener 856 colores para la iluminación
interior.
El aire, curiosamente, no conecta sino que aísla a los
diversos pacientes y sus estancias. Los circuitos, no cruzados, tienen esclusas
de control de aire en cada box. Eso separa las habitaciones y permite que cada
niño lleve a la suya su color. O sus cambios de color.
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